jueves, 28 de octubre de 2010

Desangrando


“Pero he aquí que yo la atraeré y la llevaré al desierto, y hablaré a su corazón. Y le daré sus viñas desde allí, y el valle de Acor por puerta de esperanza; y allí cantará como en los tiempos de su juventud, y como en el día de su subida de la tierra de Egipto.” (Oseas 2:14-15)
Centenares de rápidos, violentas corrientes de agua, el río fluye con fuerzas descomunales. El salmón ha emprendido la travesía de la muerte, todo para dar vida. Regreso a casa las cosas no están fáciles. Nada contra la corriente. Va en ascenso y el río baja. Una y otra vez el salmón salta para salir del río y volverse a sumergir, es la única manera de avanzar. Simultáneamente, unos cuantos mamíferos se encuentran amenazantes a orillas del río esperando hambrientos a que alguno de los arriesgados salmones se eleve para poder capturarlos y hacer de ellos su almuerzo. Pero el buen salmón no teme pues tiene un deber con su futura generación. En la utopía mueren muchos de nuestros héroes salmones, unos exhaustos por nadar contra corriente, otros acaban siendo comida de osos, pocos son los que llegan a casa, al lugar de su nacimiento. Es el precio que deben pagar por haberse ido de ella, por querer saber que tan grande es el mar. Cuando logran llegar a casa, después del duro trabajo, después de días de desangramiento, de peligro, de dolor, las hembras salmones ponen los huevos y los machos los fertilizan. Entonces, una vez que hayan cumplido la misión de fecundación, morirán. La ciencia no comprende aun la travesía, ni explica con certeza cómo hace el salmón para reconocer el lugar de su nacimiento y cómo identifica el camino hacia su hogar. Pero al salmón realmente no le importa mucho que aquellos o estos entiendan.
Hace unos cuantos años, en las colinas de Nueva Zelanda, Ian regresaba a casa junto con su hijo. Aquella mañana de compartir había sido de bendición para él y su pequeño, a quien enseñaba a pescar. De lejos, logró ver algo inusual: la puerta de su casa estaba entreabierta. Intuyendo algo no muy bueno le ordenó a su pequeño que esperara a fuera mientras el revisaba dentro. No entraré en detalles, bastaría con decir que su esposa, su bebé y su hija mayor yacían en el suelo de la casa asesinados. El dolor de aquel hombre era desgarrador, posiblemente nada hubiera deseado más que la muerte en ese instante sino hubiese sido por su convicción de que Cristo le sostenía. Tres meses antes del acontecimiento, Ian y su familia habían fundado una iglesia en el pueblo, la cual también pastoreaba. Dios le permitió continuar al frente de la iglesia, aun en contra de la misma persona de Ian. Por un tiempo sintió desangrarse gota a gota. Pero Dios siempre aparece a tiempo y sanó su corazón. A los pocos meses fueron capturados los asesinos, por los cuales Ian había estado orando. En su corazón había decidido perdonarlos. Luego, unos cuantos años más, Ian había muerto por causas naturales. Su pequeño, que ahora era el reverendo Mike y pastoreaba la iglesia de su padre, logró ver la conversión de los viejos que, años atrás fueran los asesinos de su familia, él fue el pastor de ellos. Supo entonces que las oraciones de su padre si fueron escuchadas y que todo tiene un propósito.
Alguna vez escuché que “sobre la sangre de los mártires es que se levantan las iglesias”. Los sacrificios traen consigo una gran bendición: la fecundidad. El dolor oculta tras él una lección de vida. Es en la oscuridad donde la luz alcanza su mayor esplendor; es debajo del mar, mientras te ahogas, donde te das cuenta que necesitas del oxigeno. Para ver florecer el propósito de Dios en tu vida, es necesaria la muerte. Los años de infertilidad no son mas que la formación de tu carácter, la preparación de tu persona para el día de la gran cosecha.
Es verdad, ciertamente la vida es dura, no es fácil. Jesús dijo que el camino era angosto, que en el mundo tendríamos aflicciones, llamó bienaventurados a los que lloran, a los que son perseguidos por su nombre, a los que por su causa padecen vituperios. Pero tu lugar está en Él aun cuando la vida te suene a una canción triste. Bienaventurado los que nadan contra la corriente. Bienaventurados los que perdonan, los que se perdonan sus errores. Bienaventurados los que sacrifican. Bienaventurados los que saben que hay una generación que depende de ellos y de sus actos hoy.

miércoles, 27 de octubre de 2010

FE (parte I)


Una vez escuché de un pastor norteamericano lo siguiente: “He aprendido que lo que buscas encuentras; si quieres ser cínico, hay mucho por qué ser cínicos; si quieres ser escéptico, hay mucho por qué ser escéptico; si quieres ser pesimista, hay mucho porqué ser pesimista. Lo que busques encontrarás” (Rob Bell).“Dice el necio en su corazón: No hay Dios”. (Salmo 14:1). “Que si confiesas con tu boca a Jesús por Señor, y crees en tu corazón que Dios le resucito de entre los muertos, serás salvo.” (Romanos 10:9)

Ineludiblemente los versos anteriores son claros: El creer o no creer en Dios es una postura del corazón.

¿Qué quiere la Biblia cuando habla de “creer”? La palabra griega para creer es pístis. Según la Concordancia Strong, es una “convicción o credibilidad con respecto a la relación del hombre con Dios y las cosas divinas, generalmente con la idea incluida de confianza y fervor santo nacidos de la fe y unidos con esta”. En relación con el Señor Jesús significa, “una convicción fuerte y bienvenida, o creencia, que Jesús es el Mesías, por medio del cual obtenemos la salvación eterna en el reino de Dios”.
Por alguna razón, el significado original de la palabra “creer” se ha desvirtuado, su axioma ya no es de convicción sino que paso a ser sinónimo de duda, incluso de ambigüedad. Que curioso que esté tan ligada la palabra “creer” a otra tan importante como ésta, la palabra “fe”. Hay quienes dicen “creer” en los milagros de Dios, pero no los viven, nunca han sido sanados por que su creencia no es una convicción sino una posición ambigua de la mente, es un “puede ser que si como puede ser que no”, un “quizás si o quizás no”. Tu puedes creer ahora que Jesús salva, la pregunta es: ¿tu eres salvo? ¿Estás a salvo en Cristo?
La creencia de la que Pablo hablaba en Romanos 10:9 no es solamente un asunto del intelecto, o alguna pasión emotiva del momento. Es una convicción que se forma muy dentro de nuestro corazón; es la realización de que Jesús no es solamente un hombre. Él es nuestro Señor, y Él llevó consigo el castigo debido a nosotros por nuestros pecados, el cual es la muerte. Y para demostrar que Dios aceptó Su muerte como suficiente, Él levantó a Jesús de los muertos para que se sentase a la par de Él en los lugares celestiales (Efesios 1:20). Posiblemente usted no se explica esto, no entiende como es posible tener convicción de que Jesús resucitó de entre los muertos y que en Él es salva toda la humanidad, quizá le cueste creer que Él regresará para juzgar, aun puede que no se explica el meollo de la vida eterna. Queriendo convencerle de la fe cristiana podría hablar de las 300 profecías mesiánicas o de los últimos hallazgos de la ciencia en tierra santa, podría hablarle de lo confiable que son los documentos bíblicos, y después de todo, aun pudiera usted no creer en lo que le digo, podría objetar mi explicación con palabras de Nietzsche o Marx, o quizás con palabras de la misma Biblia, podría usar en defensa de su creencia teorías como la del Big Bang, la teoría evolutiva de Darwin, la teoría del caos, la de la relatividad de Einstein, y buscando hacer valedera su ideología, podría encontrar respuestas satisfactorias para si mismo, podría terminar diciendo a su teoría un sencillo “si”. Porque hay una ley universal y espiritual, establecida en la Biblia:
“Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá.” (Mateo 7:8).
Resuenan las palabras del pastor norteamericano en mi mente: “si quieres ser cínico, hay mucho por qué ser cínicos; si quieres ser escéptico, hay mucho por qué ser escéptico; si quieres ser pesimista, hay mucho porqué ser pesimista.” Después de todo el creer o no creer, como dije anteriormente, es una postura del corazón.
En este sentido, y citando a Franz Werfel, es necesario decir que “Para aquel que cree no es necesaria ninguna explicación: para el que no cree toda explicación sobra.”
Por su parte Martín Lutero afirmó que “La razón es el mayor enemigo que tiene la fe; nunca viene en ayuda de las cosas espirituales, sino que las más de las veces lucha contra la palabra divina, tratando con desdén todo lo que emana de Dios.” La Biblia afirma que “sin fe es imposible agradar a Dios, porque es necesario que el que a Dios se allega, crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan.” (Hebreos 11:6)
El conocimiento no te lleva a Dios, no es el camino. Jesús es el camino… ¿lo crees?

domingo, 24 de octubre de 2010

Desesperados por la presencia



En una ocasión, un niño pescaba junto con su abuelo a la orilla del río. Ambos meditaban un poco cuando el niño, con cara de tener una gran interrogante en su cabeza, se dirigió a su abuelo y le preguntó “¡abuelo! ¿Que tengo que hacer para que Dios me use? ¿Cuando llegaré a ser un gran hombre de Dios?”. El viejo se mantuvo callado durante poco menos de un minuto observando el horizonte con detalle. Entonces dejó a un lado su caña de pescar, tomó al niño con fuerza y lo hundió en las aguas del río durante un tiempo en el cual el niño lucho por zafarse de las manos de su abuelo y respirar un poco de oxigeno. Pero todos sus desesperados esfuerzos eran inútiles, su abuelo era, desde luego, un hombre mayor y, por tanto, mas fuerte que él. El niño desesperaba por respirar, cuando finalmente el abuelo le saca de las aguas, el niño, mojado y respirando a bocanadas de aire preguntó sorprendido entre un jadeo y otro: “¡Abuelo! ¿Por qué hiciste eso? ¡Casi me ahogas!” A lo que el abuelo respondió:

“El día que desees, busques y anheles la presencia de Dios como deseabas, buscabas y anhelabas respirar, el día que tus ganas de ver a Dios en tu vida sean como las ganas que tenias de llenar tus pulmones de oxígeno mientras estabas bajo el agua, ese día serás un GRAN HOMBRE DE DIOS.”

Que Dios sea tu razón de ser, tus ganas de vivir, el sentido de tu existencia. Desespérate por su presencia, obsesiónate por ser como Él, enloquece hasta los tuétanos por encontrarlo cada mañana, cada noche, cada día junto a ti. Que tu corazón se desgarre por escuchar su voz.