viernes, 25 de diciembre de 2009

De revoluciones y revelaciones



Se abren campañas por la libertad política; debieran abrirse con mayor vigor por la libertad espiritual; por la acomodación del hombre a la tierra en que ha de vivir” (José Martí)

Busqué siempre la verdad, busqué siempre en las tumbas. En las lápidas sus nombres tallados hablaban de mártires desilusionados. Desterrados de la vida, traicionados por sus patrias y sus patriotas, ocupan hoy solamente un lugar en la historia y en algún cementerio. Sí, solo hallé muertos en vez de verdad. Hace aproximadamente 42 años, exactamente el 8 de octubre de 1967, estando en la Quebrada del Yuro, zona montañosa de Bolivia, donde las últimas estribaciones de la Cordillera de los Andes se unen con la región del Gran Chaco, el grupo guerrillero, comandado por el Che Guevara, fue atacado sorpresivamente por el ejército del país. El Fuser (Como también se le conoció a Guevara alguna vez), en medio del combate, fue alcanzado por una bala en su pierna izquierda. Es capturado de inmediato y llevado como prisionero por el ejército. Félix Rodríguez, agente de la CIA llegó al campamento donde tenían a Ernestito ese mismo día en que fuera capturado, y fue él mismo el que recibió la orden del gobierno boliviano de fusilar a Guevara, pero era necesario que hicieran parecer que el Che fue asesinado en combate. El agente de la CIA ordenó al sargento Mario Terán, del ejército de Bolivia que fuera él mismo el que ejecutara la orden. Y así fue hecho. Pero tal parece que la historia, como se nos fue contada, no es del todo cierta. Hay historiadores que afirman que fue el gobierno cubano, y su primer mandatario Fidel Castro, el que mandó a matar al Che por motivos personales.
Por los años de 1940, de la cabeza de la URSS (Unión Republicana Socialista Soviética), Stalin, salía una orden: “Asesinen a Trotsky”. Bastó un plan maestro y cuatro personas de izquierda, bastantes afirmados en el comunismo ruso, para que la orden se llevara a cabo. Vivía entonces León Trotsky en Ciudad de México para aquel momento, y estando en su mansión, fue sorprendido por una persona de su relativa confianza. Ramón Mercader acudió a su persona “solo para mostrarle uno de sus escritos”, mientras Trotsky leía, un piolet fue clavado con violencia en su cabeza, tal herida fue mortal. Trotsky pasó de ser un fiel comunista y revolucionario ruso, comisario de guerra, a ser exiliado y desterrado político, enemigo del comunismo de Stalin. Ahora solo es un cadáver de la revolución de la muerte. De quien más podríamos hablar, Salvador Allende, Simón Bolívar, Francisco de Mirando… todos haciendo honor al famoso dicho: “No hay revolución sin derramamiento de sangre”… y cuanta verdad hay en esto. Pero definitivamente no, no es esa mi revolución. Todos estos hombres intentaron cambiar al mundo como buenos soldados y filósofos cosmopolitas siguiendo aquel pensamiento de Carlos Marx: “Los filósofos no han hecho sino interpretar el mundo de diferentes maneras, lo que importa es transformarlo”, pero solo lograron formar una ideología pasada de moda, absurda y limitadísima que, lejos de ser la armonía y la transformación que el mundo busca, resultó siendo la guerra de la que todos huyen. Mi revolución es hoy, la revolución de la vida, del amor, la Revolución de Cristo, la que dividió el tiempo en un Antes y un Después de Él, la que hizo de un instrumento de tortura un símbolo religioso: la cruz; la que hizo de Dios un amigo, un padre tan cercano, y no un jefe y Señor lejano. Bastó su revolución para que 12 hombres, hoy padres de la comunidad de la resurrección, soportaran el martirio de ser seguidores de Cristo con amor al prójimo, orando incluso por sus propios verdugos y castigadores porque antes de ser REVOLUCION fue REVELACION de Cristo. Ciertamente “sobre la sangre de los mártires es que se levantan las iglesias”, y estos fueron los mártires constituyentes de la comunidad de la resurrección, comunidad que verdaderamente transformó el mundo. Es esa la revolución que predicamos hoy.

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