domingo, 24 de octubre de 2010

Desesperados por la presencia



En una ocasión, un niño pescaba junto con su abuelo a la orilla del río. Ambos meditaban un poco cuando el niño, con cara de tener una gran interrogante en su cabeza, se dirigió a su abuelo y le preguntó “¡abuelo! ¿Que tengo que hacer para que Dios me use? ¿Cuando llegaré a ser un gran hombre de Dios?”. El viejo se mantuvo callado durante poco menos de un minuto observando el horizonte con detalle. Entonces dejó a un lado su caña de pescar, tomó al niño con fuerza y lo hundió en las aguas del río durante un tiempo en el cual el niño lucho por zafarse de las manos de su abuelo y respirar un poco de oxigeno. Pero todos sus desesperados esfuerzos eran inútiles, su abuelo era, desde luego, un hombre mayor y, por tanto, mas fuerte que él. El niño desesperaba por respirar, cuando finalmente el abuelo le saca de las aguas, el niño, mojado y respirando a bocanadas de aire preguntó sorprendido entre un jadeo y otro: “¡Abuelo! ¿Por qué hiciste eso? ¡Casi me ahogas!” A lo que el abuelo respondió:

“El día que desees, busques y anheles la presencia de Dios como deseabas, buscabas y anhelabas respirar, el día que tus ganas de ver a Dios en tu vida sean como las ganas que tenias de llenar tus pulmones de oxígeno mientras estabas bajo el agua, ese día serás un GRAN HOMBRE DE DIOS.”

Que Dios sea tu razón de ser, tus ganas de vivir, el sentido de tu existencia. Desespérate por su presencia, obsesiónate por ser como Él, enloquece hasta los tuétanos por encontrarlo cada mañana, cada noche, cada día junto a ti. Que tu corazón se desgarre por escuchar su voz.

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